viernes, 1 de mayo de 2020

Última madre


Advierto como una revelación mientras meo que abundan las historias sobre madres que han perdido a sus vástagos. De entre los libros recordados Piedad Bonnett con su Lo que no tiene nombre es el primero por su delicadeza, su firmeza y su desnudez. No se puede hablar mejor de lo que no se puede hablar (y al cuerno Wittgenstein). Es emocionante hasta el dolor. También se ven de un tiempo a esta parte libros de hijos, varones, que hablan de su padre muerto o de sus padres, ambos. Del primer caso el también excelente Tiempo de vida -de Marcos Giralt. Y el muy leído Ordesa de Manuel Vilas, del segundo. Es una autoficción, por lo que parece. Estoy a un pelo de abandonarlo: «Su forma de irse de este mundo [habla de su padre] me parece un arte superior. Se fue con una discreción admirable./ Le daba igual la muerte, no la consideraba. Le dio pena el coche.» p. 136. Y ahí estoy, meditando.  

Lo que no se ha visto mucho, corrijo, yo no he visto mucho, es el caso de un hijo que recuerde a su madre. (Confesión de ignorancia). No hablo de novelas como La madre, de Gorki, de símbolos. Creo que hay pudor, en el caso de los varones, hay como miedo de pensar en alguien tan cercano: de narrarla. Un padre, los padres de mi generación, salvo excepciones, no son padres todavía, es alguien que trabaja, hace política, va al bar o lee el periódico. Y el niño es un proyecto, el niño es una inversión, tal vez un error. El niño es mierda, el niño es lloros, es dinero para la ortodoncia, es una fiebre a la una de la mañana y ¡coge el coche! El puto niño.

Y quien vigila la fiebre y se levanta en la noche, quien enjuaga las lágrimas y limpia la mierda es… mamá.

Ella lo sabe todo. Te ha secado en el baño, se ha hecho cargo de cada pelo de tu cuerpo, de comprarte el desodorante cuando empezó la música bajo las axilas, vigila tus amistades, huele el tabaco en tu ropa. Te ha oído entrar a las siete de la mañana, ¿será posible? tres horas más tarde, y oliendo a alcohol. La zapatilla, la sagrada zapatilla.

Porque narrarla es contarte a ti mismo. He ahí el problema, ese mismo tuyo que no interesa a nadie porque todos tenemos una, más o menos. Así que contarla es deshojar lo que no pudo ser, las renuncias, y enumerarlas. Cantaba tan bien a Lole y Manuel («al amanecer, con un beso blanco yo te desperté»). Estudió en el nocturno. Se colaba en el cine y aprendió de memoria los diálogos, trastornados, de Mogambo. Ponen Lo que el viento se llevó en la tele, la veo todas las veces. «¡Era tan guapo tu padre!». Pero ya lo dice con la ganancia de los años que siempre traen desapego, aunque sea dulce.

Así que cuando ya no esté -cuando ya no estés, mamá- se habrá muerto la última madre, no solo la nuestra. Esa parte de mí que me ancla al mundo. La que hoy me acaricia la cara y ve en lo que se ha convertido su niño. Y me mira desde abajo con un punto de orgullo, como nadie lo hará jamás, y ni siquiera yo me atrevería.

lunes, 24 de julio de 2017

Casa y campo

Algunos libros (su edición de Gente feliz com lágrimas, de João de Melo, con la que aprendió portugués; el ejemplar casi desintegrado del libro de Comín: Fe en la tierra que no me dejó llevarme la última vez, casi como un prurito ético –estoy seguro de que no lo leía desde hacía años-, para no perder un componente material de su persona; el último de Leonardo Padura que me recomendó en varias ocasiones; el ejemplar subrayado de Esplendor, se lo regalé también en nuestro último encuentro, convencido como estaba –y acerté- de que le encantaría); restos de un pasado más antiguo que yo, supervivientes como piedras en el riñón que se han mimetizado con el entorno (los diosecillos orientales de loza –creo que falta alguno- con los que jugaba de infante); dos búhos de su colección y muchas fotos enmarcadas (ahí está Gloria Alves, hace dieciséis, veinte años; él cuando joven, posando conmigo en las playas de Portugal, haciendo gala de una lozanía que se nos escapa a todos alguna vez; los dos de nuevo, diez años después –la fotografía la tiró Felgueroso cerca de una iglesia en el límite del concejo de Langreo-; y más, muchas más). Ni la televisión, ni el mantel del ajuar de mi madre –del que se habrá deshecho hace muchos años, como de las Obras Selectas de Lenin que no pude evitar que tirara al contenedor-, ni las esculturas precolombinas que se trajo de Nicaragua y que fue regalando con su deje de coquetería habitual. Algún cuadro y dos cojines que perderán su olor a ropa limpia pero que aun respiro mientras duermo la siesta y recuerdo a su través. Sus últimas fotos que conservo en el móvil: insistió mucho en que se las hiciera y yo no le di importancia alguna. La entrevista que planeé como punto de partida para una investigación sobre su pasado y que pervive como único testimonio sonoro junto con la última llamada que me hizo. Se me quedó la sensación de estar saqueando una casa que no era mi casa, y ya no lo será nunca, de estar robándole. Cerré la puerta. Cerré el portón del garaje (allí el coche con la batería descargada; la aspiradora y algo de ropa tendida). No me despedí de nadie. Me guardé para mí, eso sí, un gramo del aroma de la tierra de Cáceres y sus hierbas bajo el sol de julio. Jara, retama y olivo; el encinar, el tomillo. El cielo estaba espléndido y cegador. Desde el coche, en la distancia, un torbellino de buitres, del Monfragüe o de las Villuercas, marcaban el último punto de muerte, llamando. Parecían pender sobre la casa. Era solo una ilusión óptica, en realidad: volaban varios kilómetros más lejos. 

sábado, 9 de abril de 2011

PIIGS and WASP (y la venganza de la filosofía)


En estos días en los que la economía se muestra como la idea hegeliana, desarrollándose a su aire, alienada, enfrentada a nosotros mismos que la creamos por encima de nuestra voluntad, leer artículos como el de Ernesto Ekaizer no hace sino aumentar mi desasosiego. Por lo que se da como conocido, lo que no se explica. Yo no sé nada de economía, y no lo tengo a gala. Es cierto que sé sumar y multiplicar, que todos los días compro, consumo, ansío y me satisfago: experimento (o tengo experiencias, «tener sexo», se dice, ya nunca más «follar»). Pero del fundamento de este mejunje yo no sé, ya digo, nada. Así que me quedo en los detalles. Dice Ernesto, un tío listo, se ve:

«El vaticinio del banco de inversiones norteamericano fue abriéndose camino. El 30 de marzo, Michael Schuman, el columnista de la revista Time, que ha escrito sobre la crisis económica española, se preguntaba: "¿Puede José Luis Rodríguez Zapatero salvar al euro? ¿Puede Zapatero jugar a héroe?". Su respuesta: "La buena noticia es que parece estar haciendo progreso en solucionar los problemas de España e, incluso más, como mínimo, estabilizar los sentimientos de los inversores hacia su país. Esto puede cambiar en un instante, por supuesto, pero parece que por ahora Madrid está en proceso de elevar una barrera entre los más débiles de los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) y el resto de Europa".»

A Zapatero se le quiere en el extranjero, entre los altavoces (voceros, sacerdotes) de los mercados. Uno ya no sabe si los mercados son dioses olímpicos o fuerzas telúricas. De cualquier forma, hay que cuidar sus sentimientos, apaciguarlos con ofrendas. Daniel Basteiro, enviado especial en Budapest del diario Público lo expresa así de claro:

«Como un bumerán, el plan de ajuste que hace dos semanas tumbó el Parlamento de Portugal regresó ayer con más fuerza. Los ministros de Economía de la zona euro prometieron rescatar en mayo a Portugal con 80.000 millones de euros, pero anunciaron como contrapartida la imposición de un durísimo plan de ajuste. Durará tres años e incluirá una oleada de privatizaciones, liberalizaciones y recortes del déficit que deberán ser apoyados por el Gobierno en funciones, dirigido por el socialista José Sócrates, pero también por el resto de grandes fuerzas políticas portuguesas

A mi todo esto me alucina, tengo la impresión de que el primer mundo se adelgaza: hasta ahora nos dedicábamos a vivir bien a costa del resto del hemisferio sur, ahora parece que el norte se reduce y que un cinturón de podredumbre, un cordón de inmundicia rodea Europa por sus bajos, somos los cerdos. El espíritu, en fin, que como es sabido sopla donde quiere, ahora lo hace, todavía lo hace, en los silos de los que nació la revolución industrial. Después del sueño de la razón, los irlandeses comedores de patatas, los lacayunos portugueses y españoles de pandereta doblamos las rodillas y extendemos los brazos. Unas monedas caen de sus manos enguantadas, a cambio de nuestra libertad. Una sonrisa de piadosa conmiseración se dibuja bajo el pañuelo impregnado de colonia.

El que murió por la cicuta, hoy se toma su venganza. Es la farsa de la historia.

Imagen: La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David, 1787. Obtenida en Wikipedia.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Noticias del planeta Reig

La buena noticia este mes: sacan a la calle la nueva novela de Rafael Reig Todo está perdonado (Premio Tusquets de Novela 2010). Para rematar, Lengua de Trapo cumple quince años y relanza varios de sus títulos, hasta un total de quince, con imagen renovada y seductora. Entre ellos, la primera novela de la serie de Carlos Clot (¿no se animarán con el segundo también? pregunto yo).Pues eso, me echo unas risas con Sangre a borbotones mientras saboreo por adelantado las horas que me esperan. Y no digo más.

jueves, 10 de febrero de 2011

Contra-ayuda en otra galaxia

Colocaba yo el último de Javier Sierra (sin mucha pasión, permítaseme) cuando una amable señora, de unos setenta, se dirigió a mi preguntándome por libros de «contra-ayuda». En estos casos, la primera reacción, instintiva, suele consistir en un barrido circular y desconfiado por los alrededores, buscando una sonrisa socarrona o una cámara oculta para, a continuación y cerciorado de su inexistencia, efectuar un análisis escrutador de la persona que ha hecho la pregunta. Tal examen consiste en lanzar una penetrante mirada de rayos x a los ojos limpios de la señora, en este caso, con el consiguiente efecto desolador al comprobar, oh dioses, que no hay error. La susodicha quiere un libro de «contra-ayuda».

Una vez asumida la sinceridad de la actitud se produce la recomposición del gesto y una reorganización de la estructura mental para aparentar que la pregunta en cuestión es, en realidad, la más normal del mundo. Sí, sí, de hecho, me lo dicen todos los días «¿tienen el último de Federico Moccia?» y «¿la sección de contra-ayuda?» es lo que más demanda la gente. Al mismo tiempo, mediante una frenética actividad mental, intento reconstruir el desastre para saber qué es lo que en realidad quiere, dónde lo habrá oído, conseguir la catarsis de un «¡eureka! Usted lo que busca es…». Pero no llegó.

La verdad es que la dulce anciana provocó en mí un ataque de conmiseración que no pude resolver satisfactoriamente. Derrotado, la llevé al pie de la estantería y le mostré, como en una letanía visual, los libros de Jorge Bucay, Kubler Ross, (ya mencionada y de alegres títulos como Vivir hasta despedirnos, Muerte, un amanecer, o también Aprender a morir, aprender a vivir) y un largo etcétera. Si hubiera leído antes Mi vida en esta galaxia de Carry Fisher otro gallo habría cantado. Y no porque te solucione la papeleta, sino porque esta mujer, hija de un cantante y una actriz que llegaron a ser considerados como «los novios de América», alcohólica, maníaca y bipolar, superviviente de una terapia de shock consistente en freír, dicho con literalidad, las neuronas, ha desarrollado el único salvavidas efectivo ante las taras de la vida: una saludable mala leche (por supuesto, el libro está indicado también para los amantes de La guerra de las galaxias y del papel couché).

Dicho esto reconozco que mi posición no es realista, por mucho que me hubiera empeñado la viejecita no me habría creído. Ni ella ni nadie. Bucay, Osho, Rosetta Forner, seguirán triunfando hasta el fin de los días. El lado oscuro de la fuerza y la contra-ayuda reinarán por doquiera. Yo, derrotado y utópico, sueño con el peinado imposible de Carry Fisher y el triunfo de la República, con otra galaxia, tan, tan lejana... Y el libro tampoco es para tanto.

jueves, 13 de enero de 2011

9, rue des Chartreux, Bruxelles

«Kustino Oro» de Le temps des gitans, como antes en la sala del restaurante. Enorme paralelogramo de paredes terrosas y anaranjadas, luces indirectas, sujetando la exposición del mes. La entrada: madera tallada, vagamente romántica, y cristal. El griego tiene un aire a Groucho Marx: fino bigote, boca grande y expresiva, sirve con sonrisa a prueba de bomba, aun es joven (hace trece años). Las comandas vuelan a golpes de voz sobre la barra: lo último las cañas para que no se pierda la espuma, y los cafés, por lo mismo. «Borino Oro», la cerveza se escancia, no todos saben, y la musaka siempre triunfa (los rumanos cocinan). Los vasos y las copas se lavan a mano (hasta que uno de los hermanos, ¿el primero, el cuarto? venga para arreglar el lava platos) en tres tiempos: uno para enjabonar, uno para aclarar, uno para escurrir. La joven luxemburguesa, de piel elegante y gesto de cera no requiere más que de sus ojos para poner orden, también en nuestros corazones. «Tango» en el 9 de la rue des Chartreux. La primera noche, vin rouge, pas chaud, a la española, con Gerard, de Langreo. La última, casi de improviso, como una plegaria de judíos: Daniel, Muriel, Abel, Uriel... y Procópulos:«Ederlezi». Y también José Manuel (aunque recuerdo que era agosto).

Para fans:
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Imagen: Barra de Le Fin de Siècle, obtenida en
http://chroniqueshotessedelair.com/2010/06/08/deux-fois-latlantique-en-moins-de-24h-mais-deux-bons-restos/